La Empresa Cooperativa, fórmula de realizar el “trabajo cognitivo”
¿Son las cooperativas una alternativa al capitalismo o solo favorecen su versión más humanitaria? Esta pregunta provoca un debate que enlaza también con la adaptación al trabajo cognitivo del movimiento cooperativista: en qué sentido favorece la consciencia de sus trabajadores comparado con el perfil de “masas incultas” típica de la lógica industrial fordista.
Por Marcos De Castro
Alfonso Vázquez reproducía en esta página una reflexión suya sobre el trabajo cognitivo. Interesante y valorable positivamente. El trabajo no depende de las máquinas y, tampoco, de la propiedad del capital, depende que la capacidad cognitiva de quien maneja y resuelve los problemas productivos, venía a decir. “Es decir, el desarrollo de nuestras empresas e instituciones depende de la realización del trabajo del conocimiento, y sólo secundariamente de máquinas y tecnologías (que, al fin y al cabo, no dejan de ser herramientas en manos del trabajador)”.
Incluso insistía “Retengamos esto: El trabajo cognitivo, en su realización en el hecho productivo, tiende a autonomizarse de cualquier instancia que no sea la cooperación entre productores, y sólo a posteriori su acto productivo es traducido a la conversión en moneda, sea en tipo del precio de la mercancía generada, en tipo de salario o en tipo de plusvalor. Y valga una observación final, sobre la que no puedo extenderme: El trabajo cognitivo quiebra el tiempo de trabajo como base del contrato y, en consecuencia, la concepción del salario ligada al tiempo de trabajo. Ni tiempo ni salario quedan ya relacionados directamente con el trabajo, constituyen tan solo un efecto de la mediación social”.
Nada que comentar a estas reflexiones, conforme. Solamente que después de leer detenidamente el texto da la impresión, tengo la impresión, de que nada de lo existente se ajusta al modelo que propone. Lo público lo excluye expresamente, como excluye a la economía social y, más concretamente, a la experiencia de Mondragón, Porque el cooperativismo, dice Alfonso Vázquez, “no representa ninguna alternativa real al capitalismo, sino que forma parte de su lógica, aunque presente algunos rasgos más “humanitarios”. Y sobre la experiencia de Mondragón dice que tiene “claras similitudes con la idea de la democracia representativa: Ya que las masas incultas no pueden ejercer la democracia en sus acontecimientos diarios, deben delegar sus preferencias y voluntades en esferas que no sólo les son ajenas, sino que se les superponen. Y, eso sí, tendrán derecho a votar cada varios años…”, pues reduce su innovación a la propiedad horizontal, que sí se admite cualitativamente distinta, pero se reduce, según él, al voto de la Asamblea anual, porque “las masas incultas no pueden ejercer la democracia en sus acontecimientos diarios”. Lo de “masas incultas” suena tan desproporcionadamente injusto que no merece respuesta. Esas “masas” son personas que se comprometen con un proyecto de empresa, que es de todos y que todos han de tirar de él adelante, al que dedican sus esfuerzos y, en muchos casos, deciden renunciar a alguna remuneración para sacar el proyecto de alguna crisis. Ni son masas ni son incultas.
Discrepo radicalmente de esta percepción porque difierede la esencia de la empresa cooperativa y porque, en el fondo, el artículo no propone ningún modelo existente como realización de sus principios. Lo que hace pensar en una teoría no realizada. Y, si es así, poco aporta a la transformación social que se pretende cuando se demanda democracia económica.
La empresa cooperativa se basa en la capacidad creativa, imaginativa y cognitiva del colectivo de personas que se han empeñado en desarrollar un proyecto que actúe en la sociedad, en el mercado, que sea sostenible y se base en incluir elementos más sociales y personales en la estrategia de la empresa. Curiosamente, esta forma de hacer empresa comprende “la producción a través del conocimiento, adopta formas de autoorganización en torno al acontecimiento de producir, de crear lo que antes no estaba”, para utilizar sus propias palabras. Quizá el autor no lo conozca, pero existen cooperativas donde la autoorganización del trabajo se desarrolla por grupos autónomos de producción, también sus jornadas y su tiempo libre. La esencia de estas empresas, en el cooperativismo, también en Mondragón, es la implicación personal que se da más allá de la puntual votación en la Asamblea. Votación, por cierto, que suele estar precedida, especialmente en las cooperativas más grandes (pues en las pequeñas el contacto y la información mutua son cotidianos), por trabajos importantes de formación, explicación y debate de las variables que han de decidirse entre todos cuando se realice la asamblea. Porque a todos interesa que el voto sea consciente y transformador y porque quienes votan exigen la comprensión de lo que se vaya a votar.
La capacidad de auto-organización en el trabajo de las cooperativas suele ser indiscutible, pues todas las energías personales, creativas y cognitivas, empujan en la misma dirección. Lo que representa una fortaleza de esta forma de empresas que no se da en la empresa tradicional.
Lo que es cierto es que esa participación, inclusivo de la capacidad cognitiva y creativa de sus miembros, se enmarca en un modelo organizativo, pero sistematizador. También la cooperación entre los productores exige procesos organizativos. La autárquica podría prevalecer comportamientos individuales o abusivos en el ejercicio del poder. Lo que aplastaría la aportación cognitiva de las personas en el trabajo.
Todo esto es comprobable en los procedimientos cotidianos de la empresa cooperativa. Otra cosa, y esto también es posible, es que existan demostraciones de que estos procedimientos son diluidos en esquemas organizativos más autoritarios o disolventes de los valores que dicen defenderse. Lo que solo debería interpretarse como anomalías operativas, surgidas por isomorfismos organizativos derivados de las empresas tradicionales en competencia o por distorsión de la constitución de esa concreta empresa cooperativa, que se apoye más en intereses de la tecnocracia dominante (por las razones que sean, incluso por intromisión de otros intereses empresariales que se esconden bajo la aparente forma cooperativa -en Latinoamérica lo laman “cooperativas truchas”). Pero la excepción no debe descalificar el modelo. Precisamente la fuerza de este tipo de empresas radica en la demostración de que la democracia económica es posible y viable, pues hay empresas que lo realizan y son posibles y viables. Seguro que otros intereses organizativos ni desean defender este sistema ni lo facilitarán, como también la realidad lo ha demostrado.
Como decía El Padre Arizmendiarrieta (promotor del Grupo cooperativo de Mondragón) “la empresa cooperativa es un organismo vivo; es una sociedad de personas en una comunidad, cuyo soporte es la solidaridad y la conciencia de esta solidaridad es la fuerza impulsora en la que debemos confiar”.
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