D. SEGMENTACIÓN DEL TRABAJO, EMPRESA INCLUSIVA

2B3AFF80-6032-4255-97E2-5A4B7246352F Siempre hay razones para justificar planteamientos a favor o en contra de modelos participativos. En un momento en que las relaciones laborales están sujetas a cambios profundos, lo que esta iniciativa pretende es contribuir a que afloren todas las posiciones e integrarlas en un debate abierto. Y, especialmente, las existentes en el sindicalismo hasta favorecer una síntesis viable.

  • La terciarización y complejidad del trabajo unida a la fragmentación acentuada por la economía digital facilita la dispersión de comportamientos de los diferentes tipos de trabajadores y modifica sus percepciones y prioridades respecto a su posición en la empresa[1]. En ese contexto surgen, no solo la precariedad y los contratos de alta rotación que hemos señalado como disolventes de las lógicas participativas, sino también un amplio conjunto de nuevas actividades de servicios con una proporción relativamente alta de empleados de cuello blanco, más formados pero no siempre mejor remunerados, capaces de realizar tareas de trabajo complejas.

Esos cambios estructurales facilitan que, en estos colectivos, surja una mayor sensibilidad a planteamientos elaborados que tienen que ver con la participación en el gobierno de la empresa mientras se alejan de lógicas de sindicación basadas en reclamaciones primarias.

Asumir esa realidad es la condición necesaria para reconectar con esos colectivos e intentar integrar desde el sindicalismo lo que el sistema económico desintegra. La existencia de sindicatos de empresa de raíz corporativa es, en buena medida, consecuencia de esa situación.

  • Es comprensible, por otro lado, que parte del mundo sindical europeo perciba la participación del trabajo como un mecanismo que pretende reducir al nivel de empresa la relación capital/trabajo, en línea a la descentralización de los acuerdos de negociación colectiva del nivel nacional o sectorial. Formaría parte de una estrategia cuyo objeto sería alinear más estrechamente la remuneración con el rendimiento de la empresa y debilitar la negociación colectiva y la representación sindical, es decir hacer más frágil la posición del trabajo y los sindicatos.[2]

Con todo, parece obvio que el riesgo más relevante del momento procede de los empresarios que defienden la unilateralidad como principio de funcionamiento mientras se oponen a todo intento de construcción de una empresa inclusiva.  Por ello, el reto para las fuerzas del trabajo es interpretar bien el momento histórico y considerar la participación mucho más como una oportunidad que como un riesgo en el propósito de perfilar un nuevo horizonte en los modos de producir y distribuir el excedente.

  • Otra preocupación no menor está asociada a la forma en que la participación puede contribuir a la fragmentación social acentuando la desigualdad entre trabajadores. El riesgo es que agudice la desigualdad de origen, al aumentar las ventajas entre trabajadores que ocupen una posición central en la cadena de valor (una especie de “aristocracia obrera” reforzada por su participación) y los situados en posiciones externalizadas y subalternas.

Ello exige ser especialmente vigilante del estrecho corporativismo de empresa como mayor problema en el desarrollo de las lógicas inclusivas. En todo caso, lo que es evidente es que la no-participación no significa, en absoluto, un camino que augure ventaja alguna para los trabajadores precarizados ubicados en funciones periféricas.

La coyuntura económica nos ofrece un marco especialmente necesitado de cambios. Las previsiones que auguran una etapa de “estancamiento secular” o una recesión económica global, reavivan la demanda de cambios profundos en el funcionamiento del sistema que ponga remedio a la desigualdad creciente. Esas voces surgen desde foros empresariales (los últimos, US Business Roundtable y el Foro de Davos) y desde iniciativas novedosas en las que los países anglosajones son los más activos en propuestas. Tanto los liberales progresistas en EEUU (o las propuestas sobre un capitalismo responsable de Elizabeth Warren o el Green New Deal como ejemplo de nuevo impulso público) o los laboristas británicos (con su impulso en la última década a la participación de los trabajadores en las empresas) han tomado la delantera en la renovación del discurso ideológico.[3]

Todo ello obliga a resituar la Democracia Económica como campo inexorable e imprescindible de debate público en el que necesariamente van a aparecer diferentes intereses y perspectivas. La forma en que esa disputa se decante de un lado u otro, avance o se regule de una forma u otra definirá el signo del futuro. En esa batalla, es esencial que las fuerzas del trabajo se esfuercen por ofrecer al conjunto de los grupos involucrados en las empresas (stakeholders) una idea diferenciada de administración más integradora que la que emana de los accionistas.


Siguiente apartado:

II. CUERPO LEGISLATIVO


[1]  La última década se ha acentuado el debilitamiento de la afiliación sindical, acompañado del envejecimiento de sus cuadros y de una pérdida significativa de densidad sindical entre los colectivos más jóvenes. Conclusiones de “Un futuro sombrío: estudio de la afiliación sindical en EUROPA desde año 2000”  Kurt Vandaele. [2] La voluntad declarada de la Comisión Europea de impulsar la PTF para aumentar la competitividad y disminuir el conflicto social puede interpretarse en ese sentido. [3] La propuesta de John McDonnell, con gran peso en el equipo del exlíder laborista Jeremy Corbyn, vincula las rentas de participación de los trabajadores en las empresas con la financiación de un fondo soberano destinado a complementar la políticas públicas, una iniciativa que recuerda la experiencias más avanzadas del modelo sueco de los Fondos de Asalariados en los años 80..  

 

← Volver a la Portada