ARTÍCULO

Otras miradas para entender lo económico y la institución empresarial

La empresa actual es la institución protagonista no sólo del proceso económico, sino también de otras dimensiones de la vida. Conviene contraponer esa visión dominante a  otras que aportan la perspectiva ecológica, la feminista o la protagonizada por la economía social y solidaria. Solo en ese contraste podemos romper con esa visión limitada de lo económico-empresarial y hacer frente al proceso de “empresarialización de la vida” al que asistimos. Por Amparo Merino de Diego[1] y Gaël Carrero Gros[2]
     
  1. Introdución
Tenemos un problema con nuestro sistema económico. Construido sobre una aguda miopía, tan sólo mira a una pequeña parte de la actividad humana necesaria para la continuidad de la existencia social: aquélla que es objeto de transacciones monetarias, mientras invisibiliza las bases que nos sostienen y que permiten una vida buena dentro de los límites planetarios. Esta situación ha derivado en una crisis ecosocial de carácter múltiple (Prats, Herrero y Torrego, 2016). Pero el problema es complejo de abordar. En parte porque las inercias y la red de interdependencias que sostienen el régimen socio-económico capitalista neoliberal actual construyen una racionalidad y un imaginario que guía las percepciones, las decisiones y las prácticas de los agentes sociales. De este modo, reproducen –consciente e inconscientemente– asunciones dominantes, como las relacionadas con el crecimiento ilimitado, el libre mercado, la individualización social o la adquisición de derechos basados en la propiedad privada. Lo mismo sucede en el ámbito específico de la empresa, una institución que se ha vuelto central, ya no sólo en el proceso económico, sino también en otras dimensiones de la vida. Efectivamente, las teorías sobre gestión empresarial tienden a funcionar como una profecía autocumplida (Ghoshal, 2005), puesto que, conforme se extienden, cambian el comportamiento de los actores tanto dentro como fuera de la empresa. Así, se institucionalizan unas determinadas lógicas compartidas que proporcionan la base para que ciertas prácticas, normas, valores o creencias sobre el significado y el funcionamiento de la empresa capitalista sean asumidas como leyes naturales (Thornton, 2002). Pero, además, estas lógicas se autorrefuerzan bajo la racionalidad que instaura el proyecto político neoliberal (Laval y Dardot, 2010) de “capitalización y empresarialización de la vida” (Álvarez Cantalapiedra, 2014), poniendo límites a la capacidad de los agentes sociales de ver los impactos negativos que se generan más allá de las fronteras de la empresa. Evidencia de ello es el papel central que ha jugado y juega en la crisis ecosocial el modelo convencional de la empresa capitalista. Esta lógica empresarial dominante está construida alrededor de los principios de la economía neoclásica, bajo la cual los individuos se conciben como agentes económicos interesados (egoístas en su propia naturaleza), que operan bajo el supuesto de una libertad contractual (apolítica), y que considera los factores de producción y los productos como generados únicamente a través del proceso económico y de los mercados (Donaldson y Walsh, 2015; Norgaard, 1984). Por otro lado, el modelo de gobierno dominante de la empresa se basa en la doctrina de la soberanía del accionista, que legitima el control de los medios de producción por parte de los propietarios del capital y convierte a la empresa en un objeto de propiedad dirigida a responder a restrictivos criterios de rendimiento financiero (Aglietta y Rebérioux 2005; Stout, 2013). Pero estos supuestos son inconsistentes e incoherentes con la realidad más amplia que nos sostiene, pues ignoran los límites y nuestras dependencias de la Tierra y de otros seres humanos (nuestras relaciones de inter y ecodependecia). Y es partir de aquí que nace el objetivo de este trabajo: contribuir a dar más visibilidad a lo invisible (Sousa Santos y Rodríguez, 2011), a aquello que queda fuera del punto de mira de esta lógica dominante. Para ello, recogemos voces críticas que intentan construir otras formas de entender la economía y, con ello, otros modelos de empresa. Todos ellos hacen una crítica y se distancian de las creencias implantadas por este sistema económico miope, desacoplado de los procesos de reproducción de la vida y generador de múltiples desajustes en los mismos. Pero, para contextualizar la pertinencia de estos planteamientos, se hace útil partir de un análisis un poco más detallado del escenario al que estos contestan.
     
  1. Lo que nos toca afrontar: la empresa-mundo
Desde la implantación del proyecto político neoliberal entre finales del siglo XX y principios del XXI, que hace parte de la reorganización histórica del capitalismo (Harvey, 2007) y es impulsado por la caída de los socialismos realmente existentes, el escenario de guerra del “todos contra todos” descrito por Hobbes hace cuatro siglos parece hacerse cada vez más palpable. Como decíamos, restringida en este contexto la comprensión de la economía a su acepción formal (en base a los principios de la economía neoclásica), y la de los sujetos económicos a una mera concepción individualista (de carácter egoísta y utilitarista), la única índole de relaciones económicas que parecen posibles son las basadas en un modo de sociabilidad competitivo y una lógica de maximización de la ganancia personal. Esto es, una comprensión de la vida económica en la que las relaciones que estructuran la vida se remiten, de una manera u otra, a la forma de “empresa capitalista” y entran en el juego de suma cero del mercado (esto es, donde unos ganan y otros pierden). Así, bajo el proyecto neoliberal, que implica una restructuración global de los marcos sociopolíticos de referencia y los metabolismos socioeconómicos previamente existentes, y que es propiciado principalmente por los Estados y el poder de las transnacionales a partir de un proceso de desregularización, privatización, deslocalización y financiarización económica, a lo que atendemos es a un creciente “proceso de capitalización y/o empresarialización de la vida” (Álvarez Cantalapiedra, 2014), que se ve reflejado en múltiples dimensiones de nuestra existencia (política, material y cultural). A nivel político, en este marco, los Estados se ven en una posición de cada vez mayor subordinación frente al poder de las corporaciones transnacionales y las necesidades de los mercados financieros, viéndose cómo estos últimos, a través de la financiación, el lobbying y los think tanks principalmente, influencian cada vez más los procesos electorales y legislativos (Fernández Ortiz, 2018). Todo ello, velando porque el dominio del interés privado no se encuentre limitado por las intervenciones de un Estado que trabaje en nombre del interés general (a conciencia del propio Estado). Así, se observa cómo el poder de los grandes grupos empresariales parece que se funde ahora con el poder del Estado, asumiendo los primeros un rol “más político” y el segundo una mayor orientación hacia el mercado[3](Álvarez Cantalapiedra, 2014). Por lo que no es que el Estado desaparezca, sino que, por el contrario, adopta valores y mecanismos del sector privado, viéndose como hemos pasado del Estado garante de la racionalidad económica de una sociedad, a una suerte de simple coordinación pública de las iniciativas empresariales privadas (Alonso Benito, 2011). Como consecuencia de ello, como menciona Brown (2017), bajo el marco de este proyecto neoliberal asistimos a una profunda “desafección democrática” de los Estados, que se ponen ahora al servicio de los mercados. Y, derivado de ello, podemos decir que estamos también ante una progresiva pérdida de derechos, como ciudadanos y como trabajadores. Esto sucede en tanto que, en este escenario, el reconocimiento de los ciudadanos como sujetos de derecho queda cada vez más a expensas del lugar que cada quien ocupa en la organización de los flujos de capital global. Esto es, a su capacidad de acción individual en el binomio restringido de “consumidores–empresarios”, que convierte progresivamente a los ciudadanos en meros clientes y los excluye sin complejos ante la pérdida de su poder adquisitivo (Bauman, 2011). De esta forma, se observa que la “democracia” y la “ciudadanía” se disuelven progresivamente en este proceso de capitalización y empresarialización de la vida política, viéndose en este proceso cómo son cada vez más recortados los derechos de los ciudadanos y de los trabajadores conquistados en épocas anteriores. Pero, a su vez, las consecuencias de este proceso de capitalización y empresarialización de la vida también se expresa en una dimensión más material, en relación directa con la gestión de los recursos naturales que sostienen la vida. Se ve así una  intensificación  de los procesos de mercantilización de la naturaleza y una sucesiva empresarialización de la gestión ambiental (Cortés Vázquez, 2018), que es resultado directo de la inercia de deslocalización, desregularización y privatización neoliberal. Muestra de ello son algunos ejemplos, como la monetización de servicios ambientales[4], la creación del mercado europeo de emisiones de dióxido de carbono o la apertura de los mercados aún incipientes en torno a la eficiencia energética, las energías renovables, el reciclaje o, incluso, el desarrollo de los derechos de propiedad sobre materiales genéticos. En este sentido, se puede observar también cómo se hace coincidir y se articula de manera ciertamente perversa esta racionalidad empresarial expansiva con la crítica del ecologismo radical que se inició en los años 70, en un proceso que podríamos definir como “ambientalismo de mercado” (March, 2013). Este proceso, sin duda, entronca también con la elocuencia discursiva del “desarrollo sostenible” y la “economía verde” que se popularizó desde los años 90 y que se ensalza, tanto por parte de políticos como de empresas privadas, como promesa de la “posible” unión entre protección ambiental y crecimiento económico –ganando la primera legitimidad política, al apoyarse en la segunda (Cortés Vázquez, 2018). Se ve, así, cómo en las últimas décadas se ha empezado a admitir tímidamente la idea de que  el modelo de producción capitalista que opera a escala global está generando unos “costes externos” insostenibles a medio-largo plazo, y que es necesario algún tipo de reajuste del modelo productivo actual sin límites. No obstante, muchas de las soluciones de carácter tecnocrático que se promueven actualmente, como señalan March (2013) y Cortés Vázquez (2018), no son más que una mera estrategia de reacomodación política y económica del ciclo de acumulación capitalista a la idea de “crisis ecológica” que se mueve en la sociedad. Se observa en este sentido cómo, bajo este marco neoliberal, la protección de la naturaleza se convierte en un negocio en el que anteponen las reglas del mercado a cualquier otro tipo de criterio ecosocial. En otras palabras, hablamos de una estrategia que, orquestada por los organismos internacionales y los Estados, busca demostrar que la conservación de la naturaleza es rentable y que, además, puede gestionarse a través de la empresa privada, profundizando así en la valoración previamente establecida de la naturaleza como mercancía. Pero, más allá de las transformaciones que se dan a un nivel político y material, es importante resaltar que este proceso se extiende también en una dimensión cultural e, incluso, podríamos decir personal e íntima. Debido a la presión que se ejerce sobre una inmensa mayoría de personas por la flexibilización y precarización laboral, así como por el abandono social que se instaura dentro de este marco neoliberal, se genera un ambiente social cada vez más competitivo y fragmentado. En este ambiente, los individuos se ven forzados a adoptar una actitud defensiva ante su entorno; así como, por otra parte, a asumir una disposición de permanente adaptación hacia fluctuantes demandas del mercado laboral. Todo ello, para no verse “expulsados” (Sassen, 2015) de una sociedad en la que se valora exclusivamente la capacidad productiva y adquisitiva de las personas. En esta situación, la lógica de valorización mercantil y acumulación indefinida de la empresa capitalista, se extiende con facilidad sobre nuestra forma de vivir, e incluso sobre la manera de identificarnos y valorarnos a nosotros mismos. Como dirían Dardot y Laval (2010), se instaura una racionalidad según la cual los individuos aceptan y gestionan su propia vida como si de una empresa se tratara, haciendo de sí mismos una “empresa de sí” (Foucault, 2009). Esto es, convirtiendo la vida y a uno mismo en un proyecto muy individualizado, en el que se han de asumir riesgos e invertir en un trabajo constante sobre sí para adquirir “competencias” útiles exclusivamente en términos de mercado. Todo ello, sin ningún tipo de garantía (si fracasas, es tu culpa), haciendo del éxito una cuestión de mera actitud (Serrano, 2016). Esta racionalidad empresarial, que adopta cuerpo en los sujetos dentro el marco del proyecto neoliberal, lo hace principalmente a través de metáforas como “el emprendimiento” y la figura del “emprendedor” por extensión –entendiendo a éste como un sujeto económico que hace las veces de pequeño empresario, precariado asalariado o falso autónomo (Moruno, 2015)–. Y es de saber que estas metáforas son actualmente promovidas por instancias educativas, profesionales y políticas, por encima de cualquier otro referente o forma de representación de los sujetos en tanto que actores económicos, en detrimento de la figura del “trabajador” principalmente, y con ello, de la garantía de derechos a la que esta figura permitía aludir. Sirven, por tanto, estas metáforas para eliminar la representación político-social que antes tenía el sujeto económico como trabajador y, a la par, ensalzar a “la empresa” no sólo como institución y actor central de la sociedad contemporánea, sino también como único modo de vida y modalidad subjetiva posible dentro del proyecto neoliberal. No obstante, ante esta empresarialización de la vida que se desata bajo el proyecto neoliberal, también se han despertado voces críticas que han aprovechado esta tesitura para plantear contrapropuestas de transformación social, a partir precisamente de una reflexión teórico-práctica sobre las formas de empresa posibles, y el encaje de la vida fuera y dentro de éstas, así como en última instancia, sobre la definición de “lo económico” en su sentido más amplio.
     
  1. Repensar la vida dentro y fuera de la empresa desde otras miradas económicas
Como señalamos, nos encontramos en un contexto donde, en diversos niveles, la retórica dominante actual coloca a la empresa capitalista como el tipo de organización más pertinente y eficiente para organizar la provisión de bienes y servicios para la vida, así como principal fuente de generación de riqueza económica, integración y bienestar social. Sin embargo, el modelo dominante de empresa que determina mayoritariamente el orden de los procesos económicos bajo el proyecto neoliberal se apoya en un conflicto “capital-vida” irresoluble (Pérez Orozco, 2014). Esto es, en un encaje descompensado de nuestra atención a los procesos de generación de capital sobre los procesos que sostienen la vida. Por un lado, este encaje descompensado del modelo de provisión de bienes y servicios basado en la lógica de acumulación capitalista se revela a través de diversos indicadores sobre la resiliencia del funcionamiento del planeta, que nos indican ya a gritos que se han cruzado varias líneas rojas. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la alteración humana de los ciclos de fósforo y nitrógeno son sólo algunos de esos efectos (Steffen et al., 2015). De hecho, la escala y alcance de las presiones ejercidas sobre los sistemas biosféricos por los procesos económicos dominantes convierte a la actividad humana en una fuerza geológica que ha justificado el uso del término “Antropoceno” para designar a la actual época geológica en la que nos encontramos,  y que se iniciaría con la Revolución Industrial (Crutzen, 2006). Las consecuencias sobre la supervivencia y el bienestar de amplios sectores de la población mundial derivadas de los cambios ambientales ocasionados por este impacto humano sobre la biosfera son imprevisibles (Steffen et al., 2015). Por otro, vemos que el modelo de empresa capitalista, sostenido sobre la tendencia a la acumulación sin límite, y definido sobre la propiedad y los intereses de los accionistas, tiende a generar crecientes desigualdades entre el trabajo y el capital (Harvey, 2014; Piketty, 2014). Es más, estas bases están también en el centro de la actual crisis de cuidados a la que asistimos (Fraser, 2016), dado que desestabilizan y limitan nuestras posibilidades sociales para la crianza, el cuidado de amigos y familiares y, en general, para el mantenimiento de los hogares y de las comunidades más amplias; siendo éste un trabajo material y afectivo que es tan invisibilizado como imprescindible para la vida. Ahora bien, el hecho de que esta empresa capitalista tan conflictiva para el sostenimiento de la vida haya sido erigida en la institución y actor central de nuestros procesos económicos no debería hacernos olvidar que no es la única forma de empresa existente y que son muchos y muy diversos los espacios en los que se producen otro tipo de relaciones económicas (Gibson-Graham, 2008). Aún siendo minoritarias, existen otras formas de hacer empresa que ponen el foco más allá del beneficio privado y, de hecho, abordan directamente las preocupaciones sociales y ambientales derivadas de este conflicto capital-vida. Algunas propuestas son más recientes y otras ya tienen una larga tradición, pero todas ellas –de un modo u otro– tienen en común el cuestionamiento del paradigma económico dominante, el señalamiento de la imposibilidad de convertir a todos los seres humanos y la naturaleza en factores productivos, ignorando las relaciones de inter y ecodependencia que los sostienen y reproducen. Nuestro propósito es pues, recoger aquí algunos de estos planteamientos y experiencias alternativas, críticos con el reduccionismo del planteamiento económico neoclásico, así como con la racionalidad empresarial que se deriva de éste, centrándonos en las propuestas concretas de la economía social y solidaria, ecológica y feminista. Propuestas que nos permitan ilustrar la amplia diversidad de lógicas y modos de sociabilidad económica realmente existentes –formas de empresas, de trabajo, de propiedad, de transacción y de financiación (Gibson-Graham, 2013)–, que pujan por construir un sentido más amplio de “lo económico”. Cabe decir que estos planteamientos, aunque difusos –y aún en cierto modo subordinados a la lógica dominante–, defienden la necesidad de visibilizar esta diversidad económica como condición para recuperar la economía como un espacio político, de decisión ética. La figura 1 recoge algunos ejemplos de esa diversidad, de acuerdo a la propuesta de Gibson-Graham (2008).                     Figura 1. Una economía diversa
Empresa Trabajo Propiedad Transacciones Finanzas
ALTERNATIVA A LA EMPRESA CAPITALISTA Empresa pública Medioambientalmente responsable Socialmente responsable Sin ánimo de lucro REMUNERACIÓN ALTERNATIVA AL SALARIO Autoempleo Trabajo recíproco En especie ALTERNATIVA A PROPIEDAD PRIVADA Recursos de gestión pública Derechos consuetudinarios de la tierra Conocimiento indígena MERCADO ALTERNATIVO Comercio justo Monedas complementarias Mercado negro Cooperativas de intercambio MERCADO ALTERNATIVO Banca cooperativa Instituciones financieras basadas en la comunidad Microfinanzas
NO CAPITALISTA Cooperativas de trabajadores Feudal Comunal   NO PAGADO Trabajo doméstico Trabajo voluntario Auto-aprovisionamiento Trabajo esclavo ACCESO LIBRE Atmósfera Código abierto Espacio exterior   NO MERCADO Domésticos Regalo Intercambio solidario Recolección, caza Ocupación Piratería NO MERCADO Sweat equity Préstamos familiares Donaciones Préstamos libres de intereses
Fuente: Traducción propia de Gibson-Graham (2008)   En este sentido, como menciona Gaiger (2009) citando a Razeto, hay que tener en cuenta que no es posible encontrar una materialización perfecta de estos planteamientos como realidad empírica, sino que más bien han de entenderse como “potencialidades parcialmente realizadas, como racionalidades que presiden y orientan a los comportamientos [económicos], como tendencias que apuntan a identidades en formación” (p. 191). Así, recogemos seguidamente algunas potencialidades y tendencias identificadas por otras miradas económicas; miradas que se han desarrollado como corrientes críticas frente al pensamiento económico dominante a partir del reconocimiento de las limitaciones y disfunciones de éste. Todas ellas buscan visibilizar y orientar comportamientos que permitan superar el reduccionismo economicista y el proceso de empresarialización al que se somete la vida en sus múltiples dimensiones bajo el marco del proyecto neoliberal actual. En concreto, nos centramos, por un lado, en el foco de la justicia en la distribución del valor del proceso económico enfatizado por la economía social, cooperativa y solidaria; por otro, en el reconocimiento e integración dentro del proceso económico de nuestra naturaleza ecodependiente e interdependiente, fundamentados por la economía ecológica y la economía feminista.

3.1. Inspiraciones desde la economía social, cooperativa y solidaria

En nuestras sociedades de mercado, como decíamos, el modelo de empresa capitalista se ha constituido como la institución central que organiza el proceso social de transformación de recursos –naturales, tecnológicos y humanos– e intercambio de bienes y servicios para la generación de “riqueza”. Bajo esta fórmula, la riqueza es monetarizada, y se produce y distribuye principalmente de acuerdo a la propiedad de los medios de producción ostentada por los accionistas, sin que entren necesariamente en consideración otras dimensiones u otros impulsos, más allá de operar por la reproducción del capital invertido. De esta forma, la institución empresarial, sin mayor orientación que dicha reproducción del capital, deriva fácilmente en formas autoritarias y en una jerarquización económica entre quienes detentan el poder sobre los medios de producción y los que sólo disponen de su fuerza de trabajo, generando una desigualdad social que se acrecienta progresivamente. Ante esta tendencia, el cooperativismo de tradición obrera y campesina se alza ya desde el siglo XIX, y perdura hasta la actualidad, como forma de resistencia y modelo alternativo para organizar el proceso social de generación de riqueza, apostando por organizar una forma de gestión más democrática de la institución empresarial y una distribución más horizontal de los recursos productivos, así como de la riqueza generada entre las trabajadoras y trabajadores de ésta. Bajo este planteamiento, se propone la puesta en práctica de un principio de “reciprocidad voluntaria” (Narotzky, 2010) o, dicho de otro modo, de “solidaridad democrática” (Laville, 2009), en el interior de la empresa. De este modo, se posiciona a la comunidad de trabajo y su entorno más amplio en el centro de las preocupaciones de la actividad económica, transformando la reproducción del capital en un medio, en vez de ensalzarlo como un fin en sí mismo (Hintze, 2010). En este sentido, el modelo de empresa cooperativo-asociativo se establece como una pieza clave para el desarrollo de una “cultura económica” más colectiva y democrática, que se contrapone al individualismo metodológico que deviene del pensamiento económico neoclásico y aplica el modelo de empresa capitalista que lo sigue. No obstante, cabe señalar que algunas empresas cooperativas, habiéndose eclipsado por su éxito económico, o bien por no tener una orientación política fuerte de “su hacer”, pueden igualmente responder a intereses capitalistas. Por lo que la verdadera transformación que este modelo de empresa puede generar viene de la apuesta consciente que existe en esta empresa por limitar el lucro en favor de la satisfacción de las necesidades del entorno laboral, social y medioambiental en el que se enmarca. De hecho, nace así, como resultado de esta puntualización, la Economía Social y Solidaria: como crítica ante la pérdida de valores del movimiento cooperativista pionero, y evolución del mismo, en tanto que amplía las miras del modelo introduciendo una visión de estos procesos económicos más feminista, ecológica y enfocada al procomún. En este ámbito, podemos destacar el desarrollo de grandes grupos de cooperativas, como el caso de Mondragón (ejemplo vivo de la viabilidad y eficiencia del modelo de empresa de basado en la propiedad colectiva), o iniciativas como los mercados sociales (iniciativas enfocadas a la transformación de los ciclos económicos a través de la asociación horizontal entre productores y consumidores), pues en ambos casos se muestra la capacidad y potencialidad transformadora que tiene este modelo a gran escala. Esto es, la posibilidad de expandir los principios cooperativos para la creación de redes de colaboración y apoyo mutuo a diversas escalas (local, regional, nacional e internacional) que permiten plantear un escenario económico alternativo al “todos contra todos” que se impone bajo el marco de la globalización neoliberal.

3.2. Inspiraciones desde la economía ecológica

En un plano más amplio, igualmente se hace pertinente recordar que el paradigma económico neoclásico en el que se asienta el régimen económico actual redujo el campo de estudio de la Economía casi exclusivamente a aquellos objetos y factores que se consideraban directamente útiles para el ser humano en términos de mercado. Así, se entiende que la actividad económica es protagonizada por la empresa capitalista (como actor central), encargada de la “producción” (como metáfora de extracción), y a ella se le atribuye la creación de riqueza (entendida fundamentalmente en términos monetarios). En coherencia con esta propuesta, el crecimiento se constituye en un objetivo intrínsecamente deseable, obviando las realidades físicas y materiales que subyacen al proceso económico. Efectivamente, las más elementales leyes de la termodinámica dejan clara la imposibilidad de un crecimiento infinito en un mundo finito de materiales y energía que además sufren procesos de degradación entrópica en su transformación para el aprovechamiento humano (Naredo, 2010). Desde la identificación de esta contradicción, la economía ecológica pone su mirada en las relaciones entre ecosistema y sistemas económicos en un sentido amplio. Considera los procesos de la economía como parte integrante de la biosfera y los ecosistemas que la componen, de modo que las preferencias humanas, la tecnología y la cultura co-evolucionan para reflejar las oportunidades y limitaciones ecológicas (Costanza, 1991). Y líneas de trabajo afines o derivadas, como la ecología industrial, la ecología urbana o la agricultura ecológica, abordan el comportamiento físico y territorial de los distintos sistemas y procesos. Esta mirada más holística de la economía iluminaría así toda una constelación de modelos más o menos alternativos a la empresa capitalista, definidos de acuerdo a los límites que exige respetar el mantenimiento de la biosfera. Algunos, operando bajo formatos que ponen el foco en la dimensión técnica (ej., reducción del uso de materiales y energía, creación de valor desde residuos, procesos circulares o de simbiosis, durabilidad, etc.); y otros, en la dimensión social del modelo (sustitución del valor de la propiedad por un criterio de funcionalidad, orientación a la conservación ambiental, a la promoción de la autocontención o idea de decrecimiento, a la localización o proximidad, etc.)[5]. Una experiencia extendida que se inspira en los postulados de la Economía Ecológica y que adopta una mirada holística del aprovisionamiento de productos de alimentación es, por ejemplo, la de los grupos autogestionados de consumo o redes alternativas de distribución de alimentos. Estos grupos surgen como reacción hacia el dominio de grandes corporaciones, monocultivos y monopolios que industrializan la producción y la distribución, y son causa de preocupación por las implicaciones de este modelo alimentario sobre la salud humana, la degradación medioambiental y la explotación animal. Así, se constituyen estas propuestas no sólo como espacios alternativos de producción, intercambio y consumo de alimentos (que aplican criterios agroecológicos, de cercanía y de justicia social), sino también como fórmulas de gestión y de toma de decisiones sobre el proceso productivo más colectivas e implicadas con el entorno (acordadas en función de las características y necesidades de cada grupo). De esta forma, la relación que se genera entre consumidores y proveedores busca basarse en una relación de reciprocidad y apoyo mutuo, desde la que se construye conjuntamente otro modelo de producción (y de alimentación) más justo, sano y sustentable.

3.3. Inspiraciones desde la economía feminista

Por otra parte, repensar los procesos económicos y la empresa desde una mirada más holística requiere mirar a otra de las bases fundamentales que sostienen nuestra vida: el cuidado. Nuestras sociedades dominadas por la lógica capitalista han separado el trabajo de reproducción social (relegado a la esfera doméstica, no remunerado, llevado a cabo fundamentalmente por mujeres, invisibilizado) del trabajo de producción económica (desarrollado en la esfera pública, remunerado protagonizado tradicionalmente por hombres, generador de estatus social). El modelo de sociedad de consumo y de mercado laboral que se sostiene sobre esta separación, tiende a reducir (o precarizar) cada vez más el tiempo para el cuidado, aumentando día a día nuestro grado de incertidumbre vital; y, por otra parte, presiona para externalizar este trabajo de cuidados hacia la esfera productiva, agudizando la dualización de la organización de la reproducción social y distinguiendo entre quienes pueden pagar esa externalización y quienes no.

En este sentido, la mirada del feminismo, y el correspondiente desarrollo de la Economía Feminista, ha tratado de hacer visibles estas crisis, denunciando la infravaloración del trabajo de cuidados y las desigualdades de género arraigados en los principios de la economía ortodoxa (Benería, 2018). Así, la Economía Feminista llama la atención sobre la mirada androcéntrica y el “estrabismo productivista” de la “teocracia mercantil” (Pérez Orozco, 2014; 2011), que relega el bienestar del conjunto social a una posición periférica. Es más, podríamos decir que es la mirada que mejor señala el hecho de que el modelo capitalista está definido por una contradicción social interna, en la medida en que la economía estándar depende para su existencia de los mismos procesos de reproducción social cuyo valor ignora o minusvalora. Advierte de que esta contradicción social, inherente a la estructura de la sociedad capitalista, es fuente de inestabilidad constante (Fraser, 2016): por un lado, la producción económica capitalista no es autosuficiente, sino que depende de la reproducción social (esto es, de un trabajo de cuidados de diversa índole); pero, por otro, su impulso hacia la acumulación ilimitada amenaza con desestabilizar esos mismos procesos y capacidades reproductivos de la sociedad.

Visibilizadas esas contradicciones, una amplia variedad de formatos de organización alternativos al modelo de empresa capitalista incorpora, más o menos explícitamente, el foco en el cuidado y en el sostenimiento de la comunidad centrales en la perspectiva de la Economía Feminista. Los proyectos de huertos urbanos, las comunidades de crianza, los grupos de lactancia, los proyecto de co-housing, las redes de trueque, el planteamiento de las ciudades en transición o bancos de tiempo son algunos de los ejemplos de iniciativas en las que se llevan a cabo diversa índole de actividades económicas que ponen el foco en generar prácticas que cuidan y sostienen a la comunidad.

El caso específico de los bancos de tiempo puede ser considerado un ejemplo prototípico de propuesta que nace desde la idea del cuidado. Se trata de un sistema de intercambio comunitario (en inglés LETS, Local Exchange Trading System) en el que los bienes y servicios se intercambian entre los miembros del grupo a escala local, sin utilizar monedas de curso legal. El sistema se basa en el crédito mutuo, y el dinero es más bien un medio de seguimiento que registra los intercambios. En los bancos de tiempo, ésta es la moneda social que facilita los intercambios. Nacen basados en una filosofía de construcción de lazos comunitarios más fuertes, que proporcionan trabajos de cuidado y servicio a la comunidad al margen del corsé de los mercados de mercancías y del trabajo productivo. Es esta posición al margen de la lógica de mercado una de las características con mayor potencial transformador de la propuesta (así, por ejemplo, en estos espacios, la hora de servicio de todos los participantes se propone valorar por igual, independientemente del valor que ese servicio pueda adquirir en la economía de mercado), en la medida en que reconoce en todos los miembros del grupo la capacidad de ofrecer, de cuidar, de dar, independientemente de su edad, sus habilidades, su empleo o su educación. Y todo ello, apoyado en un principio de reciprocidad, central en la idea del banco de tiempo (Werner, 2015).

3.4.  Sobre la etiqueta de “empresa social”: ¿transformación o cooptación?

Las anteriores inspiraciones ofrecen un sustrato rico sobre el que experimentar esas potencialidades parcialmente realizadas a las que nos referíamos, esas reacciones a pequeña escala contra lógicas dominantes insostenibles. Pero también, en tanto identidades en formación, cabe llamar la atención sobre el riesgo de abuso, banalización o excesiva idealización de etiquetas tales como “empresa social”, que buscan incluir, bajo un único paraguas, la amplia diversidad de potencialidades de estas “otras economías”. Si bien el fenómeno de la empresa social puede entenderse como un trabajo de cambio institucional, desde una lógica de empresa centrada en el beneficio monetario hacia otra que gira en torno a la transformación social, cabe también llamar la atención sobre el riesgo de cooptación inherente a cualquier cambio institucional, particularmente cuando ese cambio se busca desde dentro del sistema (Battilana y D’aunno, 2009). Efectivamente, la utilidad para servir al interés colectivo de la empresa social se ve comprometida por la tensión asociada a tener que operar desde dentro de unas reglas del juego que busca cambiar, lo cual dificulta el distanciamiento necesario para concebir y practicar modelos radicalmente diferentes.

En coherencia con este cuestionamiento, la empresa social puede ser interpretada como una manifestación más de las agendas neoliberales, contribuyendo de facto “a silenciar o a impedir un discurso alternativo sobre los problemas que emergen de la estructura social” (Garrow y Hasenfeld, 2014, p. 1477). También en este sentido cabe advertir sobre la diferencia entre las intenciones declaradas por una empresa social y los resultados efectivamente alcanzados (lo que es aplicable a cualquier tipo de organización, por otra parte), especialmente teniendo en cuenta los condicionantes impuestos por las coercitivas dinámicas de crecimiento, poder y competencia a las que nos hemos venido refiriendo.

De ahí que, más allá de hacer cambios en la noción de la empresa (ya estén marcados por intereses más particulares o más amplios), sea de interés apuntar la existencia de otras lógicas, otros modos de sociabilidad económicos y otros espacios alternativos para la provisión de bienes y servicios, cuyo objetivo es la generación de medios para el sostenimiento y reproducción de la vida; y por tanto plantean una reformulación de la forma de entender y abarcar la idea de necesidades para la vida y su satisfacción (Max Neef, 1994). Nos referimos, en definitiva, a formas de organización social que apunten a sustituir el modelo de sociedad basado, por un lado, en el crecimiento (entendido éste meramente en términos monetarios o financieros) y, por otra parte, en el éxito individual (lo que fomenta relaciones de competencia y desigualdad).

Así, más allá de etiquetas concretas, cabe poner el énfasis en las narrativas múltiples y diversas que muestran la posibilidad de esos otros espacios. Narrativas diversas que se unen a las recogemos en estas líneas, para hablarnos de decrecimiento, de cooperación, de colaboración, de circularidad o de procomún, entre otras cuestiones apuntadas. Si bien cabe aún desarrollar todas estas narrativas para seguir avanzando en la superación del modelo vigente, prácticas existentes como las mencionadas a lo largo del texto, ilustran reacciones e inspiran soluciones diversas ante un proceso económico injusto y autodestructivo.

     
  1. A modo de conclusión: economía más allá de la empresa

Lo que encontramos en común entre estas “otras miradas económicas”, y nos interesa resaltar aquí, es que todas ellas abren vías para pensar la deconstrucción del proceso de capitalización y empresarialización de la vida al que asistimos en la actualidad. Esto es, en tanto todas ellas tienen como fin visibilizar cómo los procesos económicos desbordan inevitablemente el restringido ámbito de la empresa, haciendo visible la extensión e incrustación real de estos procesos en el ámbito social y natural de la vida. Así mismo, cabe señalar la dirección que marcan sus postulados hacia una necesaria “democratización de la economía”; entendiendo aquí “democratización” en un sentido amplio, como un proceso de revisión crítica de nuestras formas de gobernanza, de relación con la naturaleza y de organización de la vida en común, a partir de una revisión crítica de la definición que se establece de “lo económico” en la sociedad y de las formas de organización social que se derivan. Lo cual, además, en última instancia revierte sobre  la concepción que tenemos de nosotros mismos en relación al lugar que ocupamos en la sociedad. Esto es, en un reencuadre de carácter ontológico de los sujetos económicos en tanto que, sin negar nuestra autonomía individual, evidencia las relaciones de inter y ecodependencia que los sostienen, en vez de negarlas, apelando a una suerte de “concepto relacional del yo” (Harvey, 2012) que trasciende la figura del sujeto-empresa.

Finalmente, es cierto que, aún sin medir el impacto real que pueden tener estas propuestas en la actualidad (requiriendo para ello de un análisis mucho más detallado que escapa a las intenciones de este artículo), el interés de la propuesta que se expone aquí va más allá de recopilar un listado de posibilidades alternativas a la empresa capitalista: reside en el hecho de que, ante todo, estos planteamientos permiten ampliar los marcos de referencia desde los que se enfocan los procesos económicos en clave de equidad, inclusión, participación y sustentabilidad de la vida (Calle y Casadevente, 2015). Planteamientos que, en definitiva, pueden ser entendidos desde la idea foucaultiana de heterotopía (Foucault, 1986): mientras que las utopías son sitios sin espacio real, las heterotopías constituyen espacios heterogéneos de lugares y relaciones existentes; espacios de experimentación y resistencia ante lógicas dominantes y que, en nuestro caso, disputan los saberes y las prácticas que, desde el campo económico, dan vida a nuestras sociedades.


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[1]  Universidad Pontificia de Comillas.

[2]  Universidad Autónoma de Madrid.

[3]  Recuerda en este sentido el autor la definición de esta situación que da Sheldon S. Wolin (2008) como una suerte de “totalitarismo invertido”, en el cual el poder corporativo se despoja finalmente de su identificación como fenómeno puramente económico, confinado principalmente al terreno interno de la empresa privada, y evoluciona hasta transformarse en una coparticipación globalizadora con el Estado.

[4]  Como intento de definir el valor económico de la biodiversidad. Véase la “Evaluación Ecosistémica del Milenio” (Millenium Ecossystem Assessment), publicada en 2005, apoyada por la ONU; o el proyecto “La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad” (TEEB por sus siglas en inglés), lanzado en 2008 en el contexto de la iniciativa de la ´economía verde´, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el cual fue coordinado, no por un biólogo ni por un ecólogo, sino por un banquero, Pavan Sukhdeve, ejecutivo del Deutsche Bank. (Extraído de: https://wrm.org.uy/es/articulos-del-boletin-wrm/seccion1/3-como-asignar-un-precio-a-los-servicios-ambientales-y-a-quien-le-interesa/)

[5]  Ver, por ejemplo, Bocken et al. (2014) para una revisión de arquetipos de modelos de negocio definidos desde una gama amplia de intereses sociales y medioambientales, más allá de la lógica del beneficio y el valor del accionista.

 

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