Otras miradas para entender lo económico y la institución empresarial
La empresa actual es la institución protagonista no sólo del proceso económico, sino también de otras dimensiones de la vida. Conviene contraponer esa visión dominante a otras que aportan la perspectiva ecológica, la feminista o la protagonizada por la economía social y solidaria. Solo en ese contraste podemos romper con esa visión limitada de lo económico-empresarial y hacer frente al proceso de “empresarialización de la vida” al que asistimos.
Por Amparo Merino de Diego[1] y Gaël Carrero Gros[2]
- Introdución
- Lo que nos toca afrontar: la empresa-mundo
- Repensar la vida dentro y fuera de la empresa desde otras miradas económicas
| Empresa | Trabajo | Propiedad | Transacciones | Finanzas |
| ALTERNATIVA A LA EMPRESA CAPITALISTA Empresa pública Medioambientalmente responsable Socialmente responsable Sin ánimo de lucro | REMUNERACIÓN ALTERNATIVA AL SALARIO Autoempleo Trabajo recíproco En especie | ALTERNATIVA A PROPIEDAD PRIVADA Recursos de gestión pública Derechos consuetudinarios de la tierra Conocimiento indígena | MERCADO ALTERNATIVO Comercio justo Monedas complementarias Mercado negro Cooperativas de intercambio | MERCADO ALTERNATIVO Banca cooperativa Instituciones financieras basadas en la comunidad Microfinanzas |
| NO CAPITALISTA Cooperativas de trabajadores Feudal Comunal | NO PAGADO Trabajo doméstico Trabajo voluntario Auto-aprovisionamiento Trabajo esclavo | ACCESO LIBRE Atmósfera Código abierto Espacio exterior | NO MERCADO Domésticos Regalo Intercambio solidario Recolección, caza Ocupación Piratería | NO MERCADO Sweat equity Préstamos familiares Donaciones Préstamos libres de intereses |
3.1. Inspiraciones desde la economía social, cooperativa y solidaria
En nuestras sociedades de mercado, como decíamos, el modelo de empresa capitalista se ha constituido como la institución central que organiza el proceso social de transformación de recursos –naturales, tecnológicos y humanos– e intercambio de bienes y servicios para la generación de “riqueza”. Bajo esta fórmula, la riqueza es monetarizada, y se produce y distribuye principalmente de acuerdo a la propiedad de los medios de producción ostentada por los accionistas, sin que entren necesariamente en consideración otras dimensiones u otros impulsos, más allá de operar por la reproducción del capital invertido. De esta forma, la institución empresarial, sin mayor orientación que dicha reproducción del capital, deriva fácilmente en formas autoritarias y en una jerarquización económica entre quienes detentan el poder sobre los medios de producción y los que sólo disponen de su fuerza de trabajo, generando una desigualdad social que se acrecienta progresivamente. Ante esta tendencia, el cooperativismo de tradición obrera y campesina se alza ya desde el siglo XIX, y perdura hasta la actualidad, como forma de resistencia y modelo alternativo para organizar el proceso social de generación de riqueza, apostando por organizar una forma de gestión más democrática de la institución empresarial y una distribución más horizontal de los recursos productivos, así como de la riqueza generada entre las trabajadoras y trabajadores de ésta. Bajo este planteamiento, se propone la puesta en práctica de un principio de “reciprocidad voluntaria” (Narotzky, 2010) o, dicho de otro modo, de “solidaridad democrática” (Laville, 2009), en el interior de la empresa. De este modo, se posiciona a la comunidad de trabajo y su entorno más amplio en el centro de las preocupaciones de la actividad económica, transformando la reproducción del capital en un medio, en vez de ensalzarlo como un fin en sí mismo (Hintze, 2010). En este sentido, el modelo de empresa cooperativo-asociativo se establece como una pieza clave para el desarrollo de una “cultura económica” más colectiva y democrática, que se contrapone al individualismo metodológico que deviene del pensamiento económico neoclásico y aplica el modelo de empresa capitalista que lo sigue. No obstante, cabe señalar que algunas empresas cooperativas, habiéndose eclipsado por su éxito económico, o bien por no tener una orientación política fuerte de “su hacer”, pueden igualmente responder a intereses capitalistas. Por lo que la verdadera transformación que este modelo de empresa puede generar viene de la apuesta consciente que existe en esta empresa por limitar el lucro en favor de la satisfacción de las necesidades del entorno laboral, social y medioambiental en el que se enmarca. De hecho, nace así, como resultado de esta puntualización, la Economía Social y Solidaria: como crítica ante la pérdida de valores del movimiento cooperativista pionero, y evolución del mismo, en tanto que amplía las miras del modelo introduciendo una visión de estos procesos económicos más feminista, ecológica y enfocada al procomún. En este ámbito, podemos destacar el desarrollo de grandes grupos de cooperativas, como el caso de Mondragón (ejemplo vivo de la viabilidad y eficiencia del modelo de empresa de basado en la propiedad colectiva), o iniciativas como los mercados sociales (iniciativas enfocadas a la transformación de los ciclos económicos a través de la asociación horizontal entre productores y consumidores), pues en ambos casos se muestra la capacidad y potencialidad transformadora que tiene este modelo a gran escala. Esto es, la posibilidad de expandir los principios cooperativos para la creación de redes de colaboración y apoyo mutuo a diversas escalas (local, regional, nacional e internacional) que permiten plantear un escenario económico alternativo al “todos contra todos” que se impone bajo el marco de la globalización neoliberal.3.2. Inspiraciones desde la economía ecológica
En un plano más amplio, igualmente se hace pertinente recordar que el paradigma económico neoclásico en el que se asienta el régimen económico actual redujo el campo de estudio de la Economía casi exclusivamente a aquellos objetos y factores que se consideraban directamente útiles para el ser humano en términos de mercado. Así, se entiende que la actividad económica es protagonizada por la empresa capitalista (como actor central), encargada de la “producción” (como metáfora de extracción), y a ella se le atribuye la creación de riqueza (entendida fundamentalmente en términos monetarios). En coherencia con esta propuesta, el crecimiento se constituye en un objetivo intrínsecamente deseable, obviando las realidades físicas y materiales que subyacen al proceso económico. Efectivamente, las más elementales leyes de la termodinámica dejan clara la imposibilidad de un crecimiento infinito en un mundo finito de materiales y energía que además sufren procesos de degradación entrópica en su transformación para el aprovechamiento humano (Naredo, 2010). Desde la identificación de esta contradicción, la economía ecológica pone su mirada en las relaciones entre ecosistema y sistemas económicos en un sentido amplio. Considera los procesos de la economía como parte integrante de la biosfera y los ecosistemas que la componen, de modo que las preferencias humanas, la tecnología y la cultura co-evolucionan para reflejar las oportunidades y limitaciones ecológicas (Costanza, 1991). Y líneas de trabajo afines o derivadas, como la ecología industrial, la ecología urbana o la agricultura ecológica, abordan el comportamiento físico y territorial de los distintos sistemas y procesos. Esta mirada más holística de la economía iluminaría así toda una constelación de modelos más o menos alternativos a la empresa capitalista, definidos de acuerdo a los límites que exige respetar el mantenimiento de la biosfera. Algunos, operando bajo formatos que ponen el foco en la dimensión técnica (ej., reducción del uso de materiales y energía, creación de valor desde residuos, procesos circulares o de simbiosis, durabilidad, etc.); y otros, en la dimensión social del modelo (sustitución del valor de la propiedad por un criterio de funcionalidad, orientación a la conservación ambiental, a la promoción de la autocontención o idea de decrecimiento, a la localización o proximidad, etc.)[5]. Una experiencia extendida que se inspira en los postulados de la Economía Ecológica y que adopta una mirada holística del aprovisionamiento de productos de alimentación es, por ejemplo, la de los grupos autogestionados de consumo o redes alternativas de distribución de alimentos. Estos grupos surgen como reacción hacia el dominio de grandes corporaciones, monocultivos y monopolios que industrializan la producción y la distribución, y son causa de preocupación por las implicaciones de este modelo alimentario sobre la salud humana, la degradación medioambiental y la explotación animal. Así, se constituyen estas propuestas no sólo como espacios alternativos de producción, intercambio y consumo de alimentos (que aplican criterios agroecológicos, de cercanía y de justicia social), sino también como fórmulas de gestión y de toma de decisiones sobre el proceso productivo más colectivas e implicadas con el entorno (acordadas en función de las características y necesidades de cada grupo). De esta forma, la relación que se genera entre consumidores y proveedores busca basarse en una relación de reciprocidad y apoyo mutuo, desde la que se construye conjuntamente otro modelo de producción (y de alimentación) más justo, sano y sustentable.3.3. Inspiraciones desde la economía feminista
Por otra parte, repensar los procesos económicos y la empresa desde una mirada más holística requiere mirar a otra de las bases fundamentales que sostienen nuestra vida: el cuidado. Nuestras sociedades dominadas por la lógica capitalista han separado el trabajo de reproducción social (relegado a la esfera doméstica, no remunerado, llevado a cabo fundamentalmente por mujeres, invisibilizado) del trabajo de producción económica (desarrollado en la esfera pública, remunerado protagonizado tradicionalmente por hombres, generador de estatus social). El modelo de sociedad de consumo y de mercado laboral que se sostiene sobre esta separación, tiende a reducir (o precarizar) cada vez más el tiempo para el cuidado, aumentando día a día nuestro grado de incertidumbre vital; y, por otra parte, presiona para externalizar este trabajo de cuidados hacia la esfera productiva, agudizando la dualización de la organización de la reproducción social y distinguiendo entre quienes pueden pagar esa externalización y quienes no.
En este sentido, la mirada del feminismo, y el correspondiente desarrollo de la Economía Feminista, ha tratado de hacer visibles estas crisis, denunciando la infravaloración del trabajo de cuidados y las desigualdades de género arraigados en los principios de la economía ortodoxa (Benería, 2018). Así, la Economía Feminista llama la atención sobre la mirada androcéntrica y el “estrabismo productivista” de la “teocracia mercantil” (Pérez Orozco, 2014; 2011), que relega el bienestar del conjunto social a una posición periférica. Es más, podríamos decir que es la mirada que mejor señala el hecho de que el modelo capitalista está definido por una contradicción social interna, en la medida en que la economía estándar depende para su existencia de los mismos procesos de reproducción social cuyo valor ignora o minusvalora. Advierte de que esta contradicción social, inherente a la estructura de la sociedad capitalista, es fuente de inestabilidad constante (Fraser, 2016): por un lado, la producción económica capitalista no es autosuficiente, sino que depende de la reproducción social (esto es, de un trabajo de cuidados de diversa índole); pero, por otro, su impulso hacia la acumulación ilimitada amenaza con desestabilizar esos mismos procesos y capacidades reproductivos de la sociedad.
Visibilizadas esas contradicciones, una amplia variedad de formatos de organización alternativos al modelo de empresa capitalista incorpora, más o menos explícitamente, el foco en el cuidado y en el sostenimiento de la comunidad centrales en la perspectiva de la Economía Feminista. Los proyectos de huertos urbanos, las comunidades de crianza, los grupos de lactancia, los proyecto de co-housing, las redes de trueque, el planteamiento de las ciudades en transición o bancos de tiempo son algunos de los ejemplos de iniciativas en las que se llevan a cabo diversa índole de actividades económicas que ponen el foco en generar prácticas que cuidan y sostienen a la comunidad.
El caso específico de los bancos de tiempo puede ser considerado un ejemplo prototípico de propuesta que nace desde la idea del cuidado. Se trata de un sistema de intercambio comunitario (en inglés LETS, Local Exchange Trading System) en el que los bienes y servicios se intercambian entre los miembros del grupo a escala local, sin utilizar monedas de curso legal. El sistema se basa en el crédito mutuo, y el dinero es más bien un medio de seguimiento que registra los intercambios. En los bancos de tiempo, ésta es la moneda social que facilita los intercambios. Nacen basados en una filosofía de construcción de lazos comunitarios más fuertes, que proporcionan trabajos de cuidado y servicio a la comunidad al margen del corsé de los mercados de mercancías y del trabajo productivo. Es esta posición al margen de la lógica de mercado una de las características con mayor potencial transformador de la propuesta (así, por ejemplo, en estos espacios, la hora de servicio de todos los participantes se propone valorar por igual, independientemente del valor que ese servicio pueda adquirir en la economía de mercado), en la medida en que reconoce en todos los miembros del grupo la capacidad de ofrecer, de cuidar, de dar, independientemente de su edad, sus habilidades, su empleo o su educación. Y todo ello, apoyado en un principio de reciprocidad, central en la idea del banco de tiempo (Werner, 2015).
3.4. Sobre la etiqueta de “empresa social”: ¿transformación o cooptación?
Las anteriores inspiraciones ofrecen un sustrato rico sobre el que experimentar esas potencialidades parcialmente realizadas a las que nos referíamos, esas reacciones a pequeña escala contra lógicas dominantes insostenibles. Pero también, en tanto identidades en formación, cabe llamar la atención sobre el riesgo de abuso, banalización o excesiva idealización de etiquetas tales como “empresa social”, que buscan incluir, bajo un único paraguas, la amplia diversidad de potencialidades de estas “otras economías”. Si bien el fenómeno de la empresa social puede entenderse como un trabajo de cambio institucional, desde una lógica de empresa centrada en el beneficio monetario hacia otra que gira en torno a la transformación social, cabe también llamar la atención sobre el riesgo de cooptación inherente a cualquier cambio institucional, particularmente cuando ese cambio se busca desde dentro del sistema (Battilana y D’aunno, 2009). Efectivamente, la utilidad para servir al interés colectivo de la empresa social se ve comprometida por la tensión asociada a tener que operar desde dentro de unas reglas del juego que busca cambiar, lo cual dificulta el distanciamiento necesario para concebir y practicar modelos radicalmente diferentes.
En coherencia con este cuestionamiento, la empresa social puede ser interpretada como una manifestación más de las agendas neoliberales, contribuyendo de facto “a silenciar o a impedir un discurso alternativo sobre los problemas que emergen de la estructura social” (Garrow y Hasenfeld, 2014, p. 1477). También en este sentido cabe advertir sobre la diferencia entre las intenciones declaradas por una empresa social y los resultados efectivamente alcanzados (lo que es aplicable a cualquier tipo de organización, por otra parte), especialmente teniendo en cuenta los condicionantes impuestos por las coercitivas dinámicas de crecimiento, poder y competencia a las que nos hemos venido refiriendo.
De ahí que, más allá de hacer cambios en la noción de la empresa (ya estén marcados por intereses más particulares o más amplios), sea de interés apuntar la existencia de otras lógicas, otros modos de sociabilidad económicos y otros espacios alternativos para la provisión de bienes y servicios, cuyo objetivo es la generación de medios para el sostenimiento y reproducción de la vida; y por tanto plantean una reformulación de la forma de entender y abarcar la idea de necesidades para la vida y su satisfacción (Max Neef, 1994). Nos referimos, en definitiva, a formas de organización social que apunten a sustituir el modelo de sociedad basado, por un lado, en el crecimiento (entendido éste meramente en términos monetarios o financieros) y, por otra parte, en el éxito individual (lo que fomenta relaciones de competencia y desigualdad).
Así, más allá de etiquetas concretas, cabe poner el énfasis en las narrativas múltiples y diversas que muestran la posibilidad de esos otros espacios. Narrativas diversas que se unen a las recogemos en estas líneas, para hablarnos de decrecimiento, de cooperación, de colaboración, de circularidad o de procomún, entre otras cuestiones apuntadas. Si bien cabe aún desarrollar todas estas narrativas para seguir avanzando en la superación del modelo vigente, prácticas existentes como las mencionadas a lo largo del texto, ilustran reacciones e inspiran soluciones diversas ante un proceso económico injusto y autodestructivo.
- A modo de conclusión: economía más allá de la empresa
Lo que encontramos en común entre estas “otras miradas económicas”, y nos interesa resaltar aquí, es que todas ellas abren vías para pensar la deconstrucción del proceso de capitalización y empresarialización de la vida al que asistimos en la actualidad. Esto es, en tanto todas ellas tienen como fin visibilizar cómo los procesos económicos desbordan inevitablemente el restringido ámbito de la empresa, haciendo visible la extensión e incrustación real de estos procesos en el ámbito social y natural de la vida. Así mismo, cabe señalar la dirección que marcan sus postulados hacia una necesaria “democratización de la economía”; entendiendo aquí “democratización” en un sentido amplio, como un proceso de revisión crítica de nuestras formas de gobernanza, de relación con la naturaleza y de organización de la vida en común, a partir de una revisión crítica de la definición que se establece de “lo económico” en la sociedad y de las formas de organización social que se derivan. Lo cual, además, en última instancia revierte sobre la concepción que tenemos de nosotros mismos en relación al lugar que ocupamos en la sociedad. Esto es, en un reencuadre de carácter ontológico de los sujetos económicos en tanto que, sin negar nuestra autonomía individual, evidencia las relaciones de inter y ecodependencia que los sostienen, en vez de negarlas, apelando a una suerte de “concepto relacional del yo” (Harvey, 2012) que trasciende la figura del sujeto-empresa.
Finalmente, es cierto que, aún sin medir el impacto real que pueden tener estas propuestas en la actualidad (requiriendo para ello de un análisis mucho más detallado que escapa a las intenciones de este artículo), el interés de la propuesta que se expone aquí va más allá de recopilar un listado de posibilidades alternativas a la empresa capitalista: reside en el hecho de que, ante todo, estos planteamientos permiten ampliar los marcos de referencia desde los que se enfocan los procesos económicos en clave de equidad, inclusión, participación y sustentabilidad de la vida (Calle y Casadevente, 2015). Planteamientos que, en definitiva, pueden ser entendidos desde la idea foucaultiana de heterotopía (Foucault, 1986): mientras que las utopías son sitios sin espacio real, las heterotopías constituyen espacios heterogéneos de lugares y relaciones existentes; espacios de experimentación y resistencia ante lógicas dominantes y que, en nuestro caso, disputan los saberes y las prácticas que, desde el campo económico, dan vida a nuestras sociedades.
Referencias
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[1] Universidad Pontificia de Comillas.
[2] Universidad Autónoma de Madrid.
[3] Recuerda en este sentido el autor la definición de esta situación que da Sheldon S. Wolin (2008) como una suerte de “totalitarismo invertido”, en el cual el poder corporativo se despoja finalmente de su identificación como fenómeno puramente económico, confinado principalmente al terreno interno de la empresa privada, y evoluciona hasta transformarse en una coparticipación globalizadora con el Estado.
[4] Como intento de definir el valor económico de la biodiversidad. Véase la “Evaluación Ecosistémica del Milenio” (Millenium Ecossystem Assessment), publicada en 2005, apoyada por la ONU; o el proyecto “La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad” (TEEB por sus siglas en inglés), lanzado en 2008 en el contexto de la iniciativa de la ´economía verde´, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el cual fue coordinado, no por un biólogo ni por un ecólogo, sino por un banquero, Pavan Sukhdeve, ejecutivo del Deutsche Bank. (Extraído de: https://wrm.org.uy/es/articulos-del-boletin-wrm/seccion1/3-como-asignar-un-precio-a-los-servicios-ambientales-y-a-quien-le-interesa/)
[5] Ver, por ejemplo, Bocken et al. (2014) para una revisión de arquetipos de modelos de negocio definidos desde una gama amplia de intereses sociales y medioambientales, más allá de la lógica del beneficio y el valor del accionista.
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